miércoles, 4 de noviembre de 2009

Diario de Chile, 5. SÁBADO

De nuevo en el piso del Jorge. Camila y yo llegamos tarde, o lo que a mí me parece tarde, cerca de la una y media de la madrugada (cinco y media de la madrugada en mi país y en mi cabeza). Al vernos entrar, el portero corrió a decirnos sus cosas de portero (los vecinos se quejan, los carabineros vienen, la vida no vale la pena).
Tomamos vino del que hay en la casa y del que Cami y yo trajimos de la Reina (Lo compramos en un comercio que era todo verjas y distancias y desconfianza, y un engorro para pagar y sujetar la compra a la vez. “Atienden así, con la verja cerrada, para que no les roben“, dice Cami).
“Es Halloween“, dice alguien. ¿dónde vamos? Hay un tazón con sangre falsa (Ketchup, azúcar y no sé qué) expectante y amenazante sobre una estantería. Hay discusiones un tanto infantiles acerca de quién pone la música y qué tipo de música y durante cuanto tiempo. No todos ponen canciones pero todos, incluido yo, participamos en las discusiones, que en general entretienen más que la música. Fumamos como carreteros, especialmente un servidor (Hay un chileno que se muere en todos los paquetes de tabaco de Santiago. Siempre el mismo. Como fumo unos dos paquetes y medio de veinte cigarrillos al día, es de lejos la persona a la que más he visto y con quien más he tratado desde que llegué, si bien se trata de una relación unidireccional. Es un señor mayor. Cabizbajo. Tiene cara de que sus hijos hace tiempo que no le visitan. Tiene un tubito de plástico saliendo de la nariz que le conecta a algo que o bien es una tetera antigua o bien una bombona de oxígeno). Somos ocho personas en la casa. Algunos se duermen o parece que se duermen. Al rato despiertan, conversan, toman, duermen de nuevo. Hay protestas por lo tarde que es, todos quieren ir a algún sitio pero no acaban de ponerse de acuerdo. El proceso de movernos acaba siendo lento y repleto de amagos y falsos intentos.
Salimos con la intención de ir a comprar “pitos” a unos conocidos de Jorge, son cerca de las cuatro de la mañana. Doy por supuesto, cuando dicen “vamos a ir en auto”, que alguien más aparte de Camila tiene coche (el razonamiento es simple: somos ocho personas. En cada coche cabe un máximo de cinco personas. Vamos a ir en coche. Vamos, por tanto, a ir en dos coches).
Subimos los ocho en el coche de Camila.
Jorge nos lleva a un sitio que más tarde alguien me explicará que era “Santa rosa con Coquimbo“. Nadie me explica en el momento qué tipo de zona es. Alguien ha traído el bote de sangre y nos pintamos durante el trayecto porque Daniela, una de las chicas, ha oído decir que la fiesta donde vamos es más barata o quizá gratuita si vamos disfrazados. Todos parecen de acuerdo en que mancharnos la cara con esa mezcla de Ketchup y edulcorante equivale a disfrazarse. Nadie hace caso de mis protestas y acabo tan rojo y viscoso como los demás. Trato de parecer enfadado pero se me escapa la risa. En cuanto llegamos al cruce de calles acordado, una melé de tipos sin camiseta y a buen seguro armados (Y quiero decir: A BUEN SEGURO. Y quiero decir: ARMADOS) surgen de la nada corriendo en dirección al coche y haciendo señales que en cualquier país del mundo quieren decir PARA y quieren decir también AHORA. Alguien, no lo recuerdo bien pero creo que Cami, dice “cerrad los seguros, subid las ventanas“. Jorge dice “no pasa nada, yo los conozco, no pasa nada“. Nos piden, aunque quizá pedir no es el verbo adecuado, que bajemos del coche. Hay dos tipos heridos en la acera. Uno tiene un disparo en la pierna. Otro un navajazo en la espalda. Ninguno de los dos parece estar muy grave, aunque si hay algo en el mundo de lo que seguramente no sé nada es de navajazos y disparos. Quieren que los llevemos al hospital. Cami y Carla, que van en el asiento delantero, se quedan en el coche. Los heridos llegan hasta el auto sangrando pero por su propio pie. De repente los tipos reparan en nuestras caras. Nuestras caras están llenas de sangre. Alguien pregunta que si hemos tenido un accidente. Por un momento, vista desde ellos, la situación debe haber sido: ahí vienen esos tipos que acaban de abrirse todos la cabeza con el auto a llevarnos a nosotros al hospital, porque nos han baleado y acuchillado. Un chico verdaderamente joven que resulta ser hermano de uno de los heridos (o que al menos se refiere a él sin parar como “mi hermano mi hermano”) me da la bienvenida a Chile cuando le comentan que recién llegué. Le doy las gracias. Esperamos sentados en la acera a que vuelva el coche. Algunos de los tipos se acercan por turnos a agradecernos la ayuda y a intentar conseguirnos los pitos. Daniela dice sin parar y sin que nadie se lo haya preguntado que su pelo rubio es teñido, que no es para nada natural (Al parecer, según la leyenda, este tipo de animales sin camiseta del intestino grueso de Santiago tienen alguna clase de preferencia por las mujeres rubias). “Soy teñida, de verdad, esto no es mío. Mira, ¿ves?, aquí debajo es negro”, dice. Yo le pregunto a la persona sentada a mi derecha--y aunque pretendo que suene a broma creo que no doy con el tono adecuado--¿esto sucede cada fin de semana?, ¿esto sucede cada fin de semana?.
-- Se portaron bacán. Uno decía “aprisa, duele, aprisa, duele”, pero se portaron bien--me dice Cami, cuando finalmente nos recoge.
Nos movemos hacia el bar Mala Vida, en los alrededores de (o quizá en la propia) calle buenos aires. Voy sentado encima de un tipo de lo más simpático que se llama Néstor, y que apenas se queja del entumecimiento en la pierna izquierda producido por mi peso. No se queja, seguramente, por buena educación. Y porque debe estar más concentrado en el entumecimiento de su pierna derecha, provocado a ratos por Jorge, a ratos por Daniela.
Al bar Mala Vida le quedan unos treinta minutos para cerrar. Nos hacen precio: mil pesos por persona (apenas un euro y poco), pero nadie quiere pagarlos por tan poco tiempo. Alguien dice “fiesta en Seminario”, y volvemos al coche. Pasan autos de los carabineros y yo diría que nos ven. Que ven a ocho locos con la cara llena de sangre abarrotando un Hyundai blanco. Pero no nos paran. No nos gritan. No dicen nada. Sentado sobre Néstor, con la cara roja y viscosa, conversando, pienso “estás demasiado viejo para esto. Asúmelo, para esto estás viejo ya” .
Sigue divirtiéndome la forma de tratarse de los amigos de Cami. Carecen de ese grado de retentiva ( ese filtro mínimo) al que estoy acostumbrado (y desde que llegué a Santiago soy especialmente consciente de que eso es a lo que estoy acostumbrado). Cuando a uno de ellos le molesta un comentario parece de verdad enojado, pero al momento se le pasa, y así con todo. Nadie hace el más mínimo esfuerzo por equilibrar su expresividad o sus palabras. Que se me entienda: No es que en Barcelona yo me dediqué a salir con ancianas que toman todo el día té y llevan puesta por cara una máscara de rigor mortis. Pero sí que estoy acostumbrado a que si alguien, por ejemplo, insiste en hacer una broma que ya ha dejado de tener gracia, tú vas y lo dices. Quiero decir que simplemente lo dices. No saltas como si quisieras matarle a él y a toda su familia. No al menos como primera reacción. No sé si me explico. De hecho lo estoy releyendo y yo diría que no. En fin, que son muy expresivos. Y que toda esa expresividad instantánea me resulta (me lo resulta al menos borracho y con un ojo tapado por la sangre falsa que me gotea desde el pelo) auténtica. Y que vamos en coche. Y que somos ocho. Y que viva el pisco. Y que lo estoy pasando bien.
La fiesta en Seminario ha terminado cuando llegamos. Hay gente amontonada en la puerta y gente saliendo del local. Hacen comentarios sobre nuestro aspecto. Son las cinco y media de la mañana chilenas. Alguien dice “hay un after en calle Brasil“, y volvemos al coche.
El áfter en calle Brasil resulta ser una casa antigua, oscura y gigantesca, llena por completo de tipos con aspecto de ser todos muy malos, haber crecido en la calle y estar buscando pelea. El suelo es de madera y más que temblar se dobla con los saltos y los pasos de baile de la gente.
¿Te gusta el sitio?, pregunta Camí.
- Como reformatorio sí.
Mientras espero a que me sirvan en la barra un pisco cola (hay que esperar, la policía está fuera, no se sirve hasta que se vayan), asisto a una pelea. Es rápida. Básica, simple, escasamente coreográfica. En los ambientes por los que acostumbro a moverme nos amenazamos. Nos decimos cosas como “tú a mí no me conoces”; o bien “tú no me has visto enfadado“; o bien “no te pases un pelo“. Nos empujamos. Ponemos cara de infectados por un virus militar descontrolado. Pero a las manos se llega poco. Poco y mal (Cuando nos amenazamos tanto, lo que en realidad estamos esperando es que alguien nos separe sin haber llegado a pelear y sin haber quedado como un cobarde). Esta pelea es en cambio automática. Carece por completo de ritual o introducción. Dos miradas, puñetazos, un tumulto, gente que corre. Fin.
Es aquí, en la barra, esperando mi pisco, donde tengo mi primer--y dadas las circunstancias absolutamente inverosímil--flashback chileno.
Pero lo más impactante y sin duda divertido y el motivo por el que me lo acabaré pasando increíblemente bien hasta bien entrada la madrugada es que:
En la sala principal, todos los chicos malos y todas las chicas salvajes están bailando:
a) Britney Spears; b) música tradicional chilena; c) salsa.
¿Alguien en su sano juicio imagina una Rave clandestina en un caserón a las afueras de Madrid o en una masía abandonada cerca de Barcelona en la que la gente lo de todo bailando Paquito el chocolatero? ¿Alguien imagina a un montón de tipos duros y ombligos de mundos oscuro y la fiesta alternativa bailando a Britney Spears?
Daniela y Jorge me sacan a la pista. Jorge es un tipo que hace trabajos creativos mezclando fragmentos de libros y conversaciones del mesenger, y también es un tipo estupendo. La gente a veces se sorprende y a veces se ríe de nuestras caras ensangrentadas, que están cada vez más secas y grumosas. Bailo considerablemente mucho teniendo en cuenta mi biografía, soy incapaz de dejar de reír, y acabo haciendo un montón de nuevos amigos a los que seguramente nunca más volveré a ver.
(nota final: después de una noche con peleas, navajazos, disparos, amenazas y trafico de drogas acabo por estar apunto de morir…..abriendo la ventana de mi cuarto. Dada su ubicación, es imposible abrir o cerrar dicha ventana sin subirse encima de la cama. Como ya he dicho, el colchón tiene una forma deliciosa de hundirse por varios sitios. Como ya he dicho, bebimos bastante durante la noche. Fue apoyar un pie sobre la cama y (lo juro) verme a mí mismo cayendo, gritando en el aire, aplastándome contra la acera. Me agarré, no sé muy bien cómo dado mi estado, al marco de la ventana.
No tardé en quedarme dormido.
Dormí de un tirón y como un angelito.

4 comentarios:

s(ilvia) dijo...

jajaja...me he reído con el final de este último post. ¿estás bien? ¿a q altura está la ventana?

me he leído los 4 posts de diarios de chile del tirón. me nencanta como escribes. esto no dbería quedar sólo en un blog. creo q es buen material.

bueno, loco. veo q andas bien. espero ver más historias colgadas.
un besazo desde bcn

ah! el otro día acabé de leer 'ya sólo jhabla de amor' de loriga. ¿fuiste a la feria del libro?

Oscar Villacañas dijo...

Después de leer esto y ver que no has vuelto a escribir estoy preocupado
besos, Oscar

Estepa Grisa dijo...

Te agradezco mucho que me dieses la dirección de este blog, y he de confesarte que lo he leído de un tirón (debes de pensar que soy una persona que va haciendo confesiones sin sentido por ahí). Ha ayudado a calmar esa sensación de represión que tuve que auto-aplicarme cuando recogí tu carpeta.
Ya verás que he ido dejando comentarios esparcidos por algunas entradas.

Dije que escribes genial, y lo reitero. Tienes un estilo muy personal. A medida que leía un texto, aumentaba el ritmo. Como empezar a bajar una calle del carmelo, de esas que mas vale no mirar mucho, intentando constantemente no ponerte a correr.

Bueno, quedas invitado a pasarte por el mío: hoymedaigual.blogspot.com
Básicamente, son fragmentos de escritos más extensos que he hecho. Tengo una especial simpatía hacia las frases tremendistas y, como me encanta la fotografía y la ilustración, suelo acompañarlos.

Me iré pasando por aquí.

Un saludo!

Jara

galanteodepueblochico dijo...

felicidades por tu publicación.
espero nuevos relatos del diaro en chile.están muuuuuuy fidefignos.
creo que diste con un grupo muy particular de gente.



estoy leyendo relatos de españa.

nos vemos por ahi.
suerte